lunes, 7 de junio de 2010

HERMINIA

Hoy ha sido un día feliz, pero también duro. Hoy conocí a Herminia, es una anciana, supongo que más joven que mi abuela, no lo sé. Duerme en la habitación de al lado, en la residencia. Cuando me despedía de mi abuela en su habitación, tras haber pasado el día en el campo celebrando sus 95 años, escuché que mi tío me llamaba desde la puerta y me pedía que le pusiese el camisón a una mujer que ninguno conocíamos y que sobre una silla de ruedas había salido al pasillo en camiseta interior y completamente sola pidiendo ayuda. Parecía tener una parálisis en la lengua e intentaba comunicarnos algo. Yo sólo supe darle la mano y acariciarle el brazo y las mejillas mientras trataba de tranquilizarla explicándole que la auxiliar llegaría en seguida y le pondrían su camisón, que eran muchos y debía tener paciencia y esperar su turno. Ella decía sí a todo lo que yo le indicaba amablemente, le pregunté cómo se llamaba y me dijo entre sílabas cortadas Her-mi-nia. 

Bajo consentimiento de los familiares les ponen un arnés enganchado a la silla de ruedas, como si se tratase de la silla de un bebé, para que les sirva de sujeción y no tengan el peligro de caerse. Herminia quería que se lo quitara, yo le expliqué que era por su seguridad, que si se agachaba o se movía podría perder el equilibrio y que, además, eso también le daba calorcito y le evitaba coger frío en la tripita. Ella entonces se tranquilizó y asintió; al momento intentaba comunicarse conmigo otra vez. Las palabras eran escupidas apenas sin poder vocalizar, y alcancé a entender que estaba muy sola, que los tenían abandonados, me abrazó fuertemente y se puso a llorar, aquello se llenó de ancianos que me repetían "Estamos muy solos, aquí no nos hacen apenas caso". Esto es la vejez, y esto es que te dejen olvidada. 

Esta lección la aprendí hace mucho tiempo, por eso cada vez que voy a la residencia dedico un ratito a aquellos ancianos que se sienten tan solos. El otro día una de las auxiliares me vio con ellos. Yo le pregunté si las familias venían a verles, a lo que la auxiliar me contestó. Aquí pocos, por no decir ninguno, tienen la suerte de tu abuela. 

1 comentario:

  1. Hermoso y conmovedor textos. Por desgracias, las arrugas surcan a veces las lóbregas sendas del olvido. Un abrazo de un canario desde Luxemburgo

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